Hace pocos días entré en un grupo de trabajo en el que me presenté, con las cosas que hago, lo que escribo… Y les dije que recientemente había publicado un libro, HipatIA del Bien Común, que se podían descargar o leer online.., con tan mal momento que dos días después ya lo había retirado de circulación por aquello de hacerlo mejor; ya sabéis, echarle un algo para que suene mejor, cambiar aquí.. allí… o ponerle mejor prosa a quien convenza para leerlo.
¿Y… sin obra como lo cuento?. Y hete aquí que salió el reto, culpa mía, que me meto solo en estos fregaos: contarlo en menos de 15 minutos, así cortito, sin leerse todo el mamotreto.
¡Pues sea!.
Sabéis que somos seres sociales, pero distintos a otros de la naturaleza porque lo que nos une y mueve a nosotros es el conocimiento. Si, comida para ese cerebro que llevamos cultivando tantos siglos y con el que le damos tantas vueltas al mundo, desde que nos despertamos día a día, cediendo el turno cansados, desde hace más de un millón de años.
Eso nos ha traído algunas ventajas: como que un pariente lejano, aún peludo y encorvado, se le ocurriera poner, palos o palitos, a las piedras para hacer lanzas o flechas. Seguro que entonces más de un convecino del clan le dijo ¡Serás tonto! Así no hay quien le dé a un conejo. Pero lo cierto es que nuestro amigo causó furor con el invento hasta el punto de que se lo cascaron de clan en clan como bien supieron, lento y lejos por el lejano orbe de entonces, y acabaron comiendo más carne, para más datos, guisada al fuego, otra de esas novedades. Y por eso nos empezó a crecer el cortex cerebral, el de la materia gris que, a veces, algunas personas nos ponen en duda con sus actos.
Por eso el panal nuestro de cada día no hace sino cambiar y cambiar, no se queda como el de nuestras amigas y perfectas abejas.
No solo bajamos del árbol, sino que dejamos las cuevas, acabamos con el continuo viaje transhumante, nos asentamos, y entonces hablamos más que antes, ya que por las noches y con el grano cultivado teníamos más tiempo al fuego para contarnos las novedades, los temores y las posibles mejoras, porque siempre hay alguien que quiere mejorar algo, ¿Qué iba a hacer sino con su cabeza?.
Así fue como creamos el Estado que nos ha venido protegiendo tantos siglos a nuestro pesar, para bien de la comunidad,… creíamos.
Ahora que hemos crecido, que hemos pasado en dos siglos de depender de la naturaleza a tenerla amenazada de muerte, de ser la mayoría analfabetos, a tener spam e internet entrando por ojos y oídos, teles, con más y más comunicación hasta que rebosamos de aquello que nos acompañó tantos siglos, si de la cultura, que sabíamos había algo por lo que los monjes nos contaban o algúnos titiriteros nos traían de pueblo en pueblo y ahora cualquiera se descarga, así se pongan la SGAE y el router como quieran.
Muy largo se ha hecho el camino, aunque se haga el camino al andar, y hasta aquí hemos llegado gracias a nuestras capacidades sociales que nos han traído Miguel Ángel, imprenta, viajes, películas, fascismo y fake news para que todos tengamos donde elegir, personalizar el viaje, la educación y las zapatillas deportivas, votar a éste o al otro, porque total todo sigue peor.
Tenemos hasta teorías sociales donde elegir, con sus dudas claro, no vayamos a cerrar las cosas y no quede de qué hablar. Así aunque el alemán dijera que son las clases sociales las que hacen avanzar la historia, vinieron los japoneses, decididos y arrojados, valientes, suicidas samuráis, y en vez de hacer una revolución, o una ilustración, no contaron con los burgueses para industrializar su islita, ya que fueron la nobleza y el emperador quienes crearon esos gigantes industriales.
Así nos encontramos que dicen se puede acabar el mundo, como ya pasó en otras eras de nuestro querido planeta, pero con tanto que hemos hecho, bueno y malo, parece que esto último persiste y nos puede llevar al hoyo de la historia.
Y como siempre está sucediendo que no hay manera de ponerse de acuerdo pues ya sabemos que donde hay muchos no mandan unos sino todos, o lo pretenden, ya que la fuerza ha sido hasta hoy un argumento que a lo largo de los siglos ha frenado nuestra frenética capacidad intelectual, y no porque no podamos ponernos de acuerdo.
Hace ya siglos que inventamos la democracia, pero claro, éramos pocos, y muchos esclavizados para que trabajaran calladitos. Después cayó el imperio y fueron los militares, los más brutos, que ya sabían con tanto siglo de dominio romano que la conquista era la que rentaba aunque ahora fueran muchos césares. Vinieron los reyes a poner orden y mantuvieron hasta artistas para que la corte estuviera entretenida y no conspirara por la corona. Brotó la cultura, renacía tanto que dio nombre a toda una época en la que los que habían venido siendo dueños, porque ellos escribían los libros y entretenían a los feligreses, temieron de la imprenta y de las interpretaciones religiosas, y a base de inquisición y Estado centralizado crearon el poder absoluto del príncipe, contra el que reventó un día la gloriosa revolución francesa.
Por ese agujero que vino de París, como los niños, y corrió por el mundo como un río, tenían el Sena navegable hasta el océano, buena vía comercial, ya segura desde que le dieran la vuelta al mundo y descubrieran las Américas.
Por ese agujero salieron los burgueses y los periódicos, y la industrialización y hasta los ilustrados de Rouseau, la evolución de las especies, la psicología, el petroleo, la minería, la siderurgia, la revolución bolchevique, las dos guerras mundiales, las independencias, el holocausto, el glifosato, el coronavirus y la inteligencia artificial.
Sabemos tanto, que no habría tema en el que no pudiéramos decidir y para que no lo hagamos, como ya sabemos lo de la censura, la dictadura, la corrupción y podemos hablar con cualquier vecino, en sabe qué rincón del mundo, no hacen más que despistar con información falsa, manipulación y distracción política.
Podemos elegir, como se ha venido haciendo tantos siglos, para que avanzara el bien común, solo que ahora conectados, sin homogeneizarnos, sin violencia, sin burocracia ni Estados que nos enfrenten para beneficio de unos pocos.
Y lo podemos hacer hoy, igual que entonces, y probablemente con muchos miedos y sospechas del vecino, como siempre, gracias a lo que hemos aprendido y al trabajo científico de grandes, y más modestas mentes, muchas, como nunca en nuestra historia.
Gracias también a la abundancia de gente generosa, activista, que entrega su tiempo para emprender el cambio social. De forma que no tenemos un movimiento social que empuje el cambio, sino muchos, con diferentes valores y bienes comunes en los que cada cual nos identificamos a nuestra manera.
Hemos vivido de una forma, ahora toca cambiar, decididamente, para nuestra propia supervivencia y, como seres racionales, elegir como hacer el cambio, como siempre hemos hecho, pero, en una sociedad compleja y numerosa, en la que se supone todas tenemos cabeza.
El como, el porqué y con qué medios asumimos el Bien Común, es lo que nos cuenta HipatIA, una inteligencia artificial, neutral como tal, para que no haya sesgos, falsedades, bien para unos pocos y peleas, miseria o represión para los demás.
HipatIA pretende que creemos un método basado en nuestras habilidades sociales colaborando para conseguir el bien común, con el conocimiento acumulado, y alcanzar la felicidad humana que siempre nos ha movilizado.