La felicidad es un estado emocional deseado por el ser humano. Una aspiración, un ideal a perseguir, que asociamos automáticamente a la idea de futuro, que nos ha acompañado en nuestra evolución. Como vivencia presente, es el estatus emocional que se produce cuando creemos haber alcanzado una meta deseada.
Dado que no siempre nos sentimos felices, la felicidad se convierte, en nuestro ser racional, en un objeto simbólico de referencia permanente, de forma social e individual. En su concepción tejemos los valores con los que generamos nuestra identidad personal y social.
En su acepción social, la felicidad supone la realización de aquellos valores, manifestados en metas, tangibles o intangibles, que tienen una resolución objetiva.
La felicidad, como estado emocional mantenido en el tiempo, supone la realización de múltiples metas, personales y sociales, de muy distintos procesos (una secuencia), enlazados, o con suficientes conexiones personales y sociales, para que la percepción emocional se mantenga en el tiempo, sin vacíos ni tiempos compartidos con otras emociones.